Sierra
Leyendas
Cuencanas
EL CURA
SIN CABEZA
"Esta
leyenda también es común en varias ciudades interandinas del país; se cuanta
que en otra época vivía un sacerdote de escandalosas costumbres, que mantuvo
relaciones con numerosas beatas. Cuando el cura murió su cabeza fue cortada y
se la llevaron los demonios", manifestó Jorge Castillo.
Desde entonces, el alma del Cura recorría las calles de Cuenca por las
noches, buscando inútilmente su cabeza. Una versión mas picaresca de la leyenda
asegura que el curita tenia la cabeza en su sitio, pero tan buena era que, para
evitar miradas indiscretas cuando salía a sus andanzas ocultaba el cráneo bajo
un manto, y de este modo se asimilaba a una alta figura decapitada. El propio
sacerdote se encargaba de propagar la versión de "aparecido" para que
sus buenos feligreses se abstuvieran de fisgonear por las noches.
EL FAROL DE LA VIUDA
Se
cuenta que en tiempos lejanos una mujer de livianas costumbres solía verse con
su amante por las noches, y que para ir a sus aventuras cargaba a su pequeño
hijo de unos pocos meses de nacido. La chasquivana, una noche en el que cruzaba
el rió Tomebamba, dejo caer a la criatura en las turbulentas aguas. Desesperada
y arrepentida, se proveyó de un "mechero" o farolito de aceite, con
el cual recorría incansablemente los márgenes del Tomebamba lamentándose por su
hijo perdido y buscándole enloquecida. La afligida mujer murió pronto, pero
quedo su espectro, que asustaba a los cuencanos trasnochadores con sus
desgarradores encuentros y el farolito moviéndose al ras de la orilla del rió.
Castillo indicó que el aposento de esta dama se encontraba por el vado,
y junto a la cruz había la casa del ruido, que según averiguaciones se
imaginaban que eran producidos por un conocido doctorcillo por el día, y gagon
por la noche, que lanzaba piedrecillas a la ventana de su querida y con flor de
labios tenia estas coplas.
Todo lo de mi hija es tuyo…".
"Anoche me fui por verte
Por encima del tejado,
Salio tú mama y me dijo:
O esta otra, más impulsiva:
Anoche me fui por verte
Por abajo el canayuyu,
Salio tu madre y me dijo:
EL PERRO ENCADENADO
Este monstruo sobrenatural,
no era mas que según la beatas de entonces, la encarnación del demonio, porque
era un perro con cuernos y de sus ojos nacían ascuas que encandilaban en las
tinieblas, y que dios había consentido que salieran del infierno, para ver
asustados un tanto a frailes y “curuchupas”, que eran el azote de la incipiente
sociedad cuencana; y que eran los transeúntes de las noches, en sus andanzas
amorosas.
Este enorme animal, arrastraba una pesada cadena por los barrios
por los que andaba y producía un gran estruendo que hacia temblar de los
nervios a quienes lo escuchaban, de tiempo en tiempo emitía un sonido similar a
la de un aullido, eran tan funestos que a veces coincidían con los graznidos de
un búho.
Estos sonidos eran de mal augurio, sobre todo para los campesinos
o indígenas, pues seguro quien los percibía estaba para morir muy pronto, por
lo que un jocoso e ilustre bardo decía:
El búho grazno,
el perro aúlla,
el indio muere;
parece chanza
pero sucede…
Leyendas
Quiteñas
LEYENDAS QUITEÑAS
CANTUÑA
Famosa es la
leyenda que cuenta cómo el convento de San Francisco de Quito fue construida
por Cantuña mediante pacto con el diablo. Ésta relata cómo Cantuña contratista,
atrasado en la entrega de las obras, transó con el maligno para que, a cambio
de su alma, le ayudara a trabajar durante la noche. Numerosos diablillos
trabajaron mientras duró la oscuridad para terminar la iglesia. Al amanecer los
dos firmantes del contrato sellado con sangre: Cantuña por un lado, y el diablo
por el otro, se reunieron para hacerlo efectivo.
El indígena,
temeroso y resignado, iba a cumplir su parte cuando se dio cuenta de que en un
costado de la iglesia faltaba colocar una piedra; cuál hábil abogado arguyó,
lleno de esperanza, que la obra estaba incompleta, que ya amanecía y con ello
el plazo caducaba, y que, por lo tanto, el contrato quedaba insubsistente .
Ahora bien,
la historia, a pesar de haber contribuido al mito, es algo diferente. Cantuña
era solamente un guagua de noble linaje, cuando Rumiñahui quemó la ciudad.
Olvidado por sus mayores en la historia colectiva ante el inminente arribo de las
huestes españolas, Cantuña quedó atrapado en las llamas que consumían al Quito
incaico.
La suerte
quiso que, pese a estar horriblemente quemado y grotescamente deformado, el
muchacho sobreviva. De él se apiadó uno de los conquistadores llamado Hernán Suárez,
que lo hizo parte de su servicio, lo cristalizó, y, según dicen, lo trató casi
como a propio hijo. Pasaron los años y don Hernán, buen conquistador pero mal
administrador, cayó en la desgracia. Aquejado por las deudas, no atinaba cómo
resolver sus problemas cada vez más acuciantes. Estando a punto de tener que
vender casa y solar. Cantuña se le acercó ofreciéndole solucionar sus
problemas, poniendo una sola condición: que haga ciertas modificaciones en el
subsuelo de la casa.
La suerte
del hombre cambió de la noche a la mañana, sus finanzas se pusieron a tal punto
que llegaron a estar más allá que en sus mejores días. Pero no hay riqueza que
pueda evitar lo inevitable: con los años a cuestas, al ya viejo guerrero le
sobrevino la muerte. Cantuña fue declarado su único heredero y como tal siguió
gozando de gran fortuna. Eran enormes las contribuciones que el indígena
realizaba a los franciscanos para la construcción de su convento e iglesia. Los
religiosos y autoridades, al no comprender el origen de tan grandes y piadosas
ofrendas, resolvieron interrogarlo. Tantas veces acudieron a Cantuña con sus
inoportunas preguntas que éste resolvió zafarse de ellos de una vez por todas.
El indígena confesó ante los estupefactos curas que había hecho un pacto con el
demonio y que éste, a cambio de su alma, le procuraba todo el dinero que le
pidiese.
Algunos
religiosos compasivos intentaron el exorcismo contra el demonio y la persuasión
con Cantuña para que devuelva lo recibido y rompa el trato. Ante las continuas
negativas, los extranjeros empezaron a verlo con una mezcla de miedo y
misericordia. A la muerte de Cantuña se descubrió en el subsuelo de la casa,
bajo un piso falso, una fragua para fundir oro. A un costado había varios
lingotes de oro y una cantidad de piezas incas listas para ser fundidas.
EL PADRE ALMEIDA
En el convento de San Diego vivía hace algunos
siglos un joven sacerdote, el padre Almeida, cuya particularidad era su afición
al aguardiente y la juerga.
Cada noche, el padre Almeida sigilosamente iba hacia
una pequeña ventana que daba a la calle, pero como ésta se hallaba muy alta, él
subía hasta ella apoyándose en la escultura de un Cristo yaciente. Se dice que
el Cristo, cansado del diario abuso, cada noche le preguntaba al juerguista:
"hasta cuando padre Almeida"…a lo que él respondía: "hasta la
vuelta, Señor"
Una vez alcanzada la calle, el joven sacerdote daba
rienda suelta a su ánimo festivo y el aguardiente corría por su garganta sin
control alguno…con los primeros rayos del sol volvía al convento.
Aparentemente, los planes del padre Almeida eran
seguir en ese ritmo de vida eternamente, pero el destino le jugó una broma
pesada que le hizo cambiar definitivamente. Una madrugada, el sacerdote volvía
tambaleándose por las empedradas calles quiteñas rumbo a su morada, cuando de
pronto vio que un cortejo fúnebre se aproximaba. Le pareció muy extraño este
tipo de procesión a esa hora y como era curioso, decidió ver en el interior del
ataúd, y al acercarse observó su cuerpo en el féretro.
El susto le quitó la borrachera. Corrió
como un loco al convento, del que nunca volvió a escaparse para ir de juerga.
LA
BELLA AURORA
Esta es una de las leyendas más famosas
de la ciudad de Quito. Y, según cuenta la historia, todo empezó en la Plaza de
La Independencia cuando allí aún no existía ningún monumento.
En este lugar vivía Bella Aurora, una
hermosa joven que asistió con sus padres a una corrida de toros.
Según cuentan quienes asistieron a esa
corrida, nadie sabe de dónde salió un toro negro que se acercó a Bella Aurora
de manera muy extraña. La observó fijamente e hizo que la niña espantada se
desmayara del miedo.
Sus padres desesperados salieron
inmediatamente del lugar, llevándola a su hogar y pidiendo ayuda a un doctor
que no se explicaba el por qué Bella Aurora no podía reaccionar desde aquel
susto.
El toro al no ver a la niña en la Plaza,
saltó la barrera dirigiéndose a la casa 1028, donde vivía Bella Aurora.
El animal entró en su casa y lleno de
furia tumbó la puerta de su habitación.
La joven, que aún continuaba en un
estado de nervios, solo alcanzó a gritar y él la embistió, acabando con su
vida.
Hasta ahora nadie sabe de dónde salió
ese extraño toro y por qué atacó a la niña. Al parecer ese será un mito que
nunca podremos descubrir.
EL
GALLO DE LA CATEDRAL
Había una vez un hombre muy rico que vivía como
rey. Muy temprano en la mañana comía el desayuno. Después dormía la siesta.
Luego, almorzaba y, a la tarde, oloroso a perfume, salía a la calle. Bajaba a
la Plaza Grande. Se paraba delante del gallo de la Catedral y burlándose le
decía: ¡Qué gallito! ¡Qué disparate de gallo!
Luego, don Ramón caminaba por la bajada de Santa
Catalina. Entraba en la tienda de la señora Mariana a tomar unas mistelas. Allí
se quedaba hasta la noche. Al regresar a su casa, don Ramón ya estaba
coloradito. Entonces, frente a la Catedral, gritaba: ¡Para mí no hay gallos que
valgan! ¡Ni el gallo de la Catedral!
Don Ramón se creía el mejor gallo del mundo! Una
vez al pasar, volvió a desafiar al gallo: ¡Qué tontería de gallo! ¡No hago caso
ni al gallo de la Catedral!
En ese momento, don Ramón sintió que una espuela
enorme le rasgaba las piernas. Cayó herido. El gallo lo sujetaba y no le
permitía moverse. Una voz le dijo:
- ¡Prométeme que no volverás a tomar mistelas!
- ¡Ni siquiera tomaré agua!
- ¡Prométeme que nunca jamás volverás a insultarme!
- ¡Ni siquiera te nombraré!
- ¡Levántate, hombre! ¡Pobre de ti si no cumples tu
palabra de honor!
- Gracias por tu perdón gallito.
Entonces el gallito regresó a su puesto.
Cuentan quienes vivieron en esos años, que don
Ramón nunca más volvió a sus andadas y que se convirtió en un hombre serio y
responsable. Además dicen algunas personas que el gallito nunca se movió de su
sitio, sino que los propios vecinos de San Juan, el sacristán de la Catedral, y
algunos de los amigos de don Ramón, cansados de su mala conducta, le prepararon
una broma para quitarle el vicio de las mistelas.
Una
noche, a inicios del siglo pasado, un personaje de ultratumba apareció en las
calles de Riobamba. Quienes lo miraron se quedaron mudos de espanto. Era un
jinete sin cabeza. Todos los habitantes de la ciudad se guardaban muy temprano
para huir de la mala visión, pero nunca faltan los valerosos que lograron
descubrir lo que escondía detrás del fantasma.
El
4 de febrero de 1797, un terremoto destruyó gran parte de la zona central del
Ecuador. Se cuenta que antes del desastre se produjeron hechos misteriosos,
como el que les contamos a continuación.
En
la plaza central de la villa de Riobamba se levantaba la escultura de un niño
tejedor (agualongo en quichua). Se dice que un día antes del pavoroso
terremoto, hacía un insoportable calor, y muchos se concentraron en la plaza
para descansar. En esos momentos miraron asombrados cómo la escultura de piedra
giraba sobre su propio eje.
Los
testigos regresaron a sus casas profundamente contrariados, sin imaginar que al
día siguiente Riobamba desaparecería y que por eso, el Agualongo quiso verla
por última vez.
La Loca Viuda espantaba a los
caballeros de vida disipada.
El
inicio de esta leyenda urbana se remonta a la época republicana cuando la
ciudad de Riobamba era alumbrada por rudimentarios faroles que apenas competían
con la luz de las velas. La luna llena completaba el ambiente propicio para los
aparecidos y cuentos tenebrosos.
El
protagonista de esta leyenda es Carlos, uno de los tantos bohemios que gustaba
embriagarse en las cantinas y no desaprovechaba la oportunidad de tener un
desliz.
Una
de aquellas noches de juerga, al dirigirse a casa, se encontró con una extraña
mujer vestida totalmente de negro y con una mantilla que le cubría el rostro,
que le hizo señas para que la siguiera.
Carlos
sin pensarlo dos veces fue tras de la coqueta a lo largo de varias callejuelas
oscuras.
Al
llegar a la Loma de Quito, el ebrio le dio alcance.
-
“Bonita, ¿dónde me lleva? dijo.
Sin
dar más explicaciones, la mujer dio la vuelta y Carlos recibió uno de los
impactos más grandes de su vida porque vio que la cara de la mujer era la de
una calavera.
De
la impresión, Carlos cayó pesadamente sobre el suelo mientras invocaba a todos
los santos. Logró levantarse y emprendió la carrera de regreso a casa.
Al
llegar, el hombre encontró el refugio en su devota esposa Josefina. Entendió
que la visión fantasmagórica era el castigo por tantas infidelidades. Y desde
entonces se dedicó santamente a su hogar.
Lo
que Carlos nunca se enteró es que su esposa estuvo detrás del “alma en pena”.
¿Qué había sucedido? Después de muchas noches en vela, Josefina se armó de
valor para castigar las continuas infidelidades de su cónyuge.
Una
vecina le aconsejó darle un buen susto. Para el efecto le prestó una careta de
calavera y le recomendó vestirse de negro.
Sin estar segura, pero motivada por su
amiga, la señora decidió hacerlo.
Una noche oscura, se trajeó de negro, se
puso la careta y se cubrió con un velo. Lo sucedido después ustedes ya lo
conocen.
La
loca viuda fue el remedio para los caballeros que abandonaban el hogar por una
conquista galante. Los años pasaron y aún dicen que la loca viuda se aparece en
las noches…
Una misteriosa puerta abre el camino
hacia la ciudad dentro del Chimborazo.
Hace
muchos años, en el tiempo de las grandes haciendas, había gente dedicada al
servicio de la casa y de las tierras. Los vaqueros eran los hombres dedicados a
cuidar a los toros de lidia que eran criados en las faldas del volcán
Chimborazo.
Juan,
uno de los vaqueros, se había criado desde muy pequeño en la hacienda. Recibió
techo y trabajo, pero así mismo, los maltratos del mayordomo y del dueño.
Una
mañana que cumplía su labor, los toros desaparecieron misteriosamente. Juan se
desesperó porque sabía que el castigo sería terrible. Vagó horas y horas por el
frío páramo, pero no encontró a los toros.
Totalmente
abatido, se sentó junto a una gran piedra negra y se echó a llorar imaginando
los latigazos que recibiría.
De
pronto, en medio de la soledad más increíble del mundo, apareció un hombre muy
alto y blanco, que le habló con dulzura:
-
¿Por qué lloras hijito?
-
Se me han perdido unos toros –respondió Juan- después de reponerse del susto.
-
No te preocupes, yo me los llevé –dijo el hombre- vamos que te los voy a
devolver.
Juan
se puso de pie dispuesto a caminar, pero el hombre sonriendo tocó un lado de la
piedra, y ésta se retiró ante sus ojos.
-
Sígueme –le ordenó.
Aquella
roca realmente era la entrada a una gran cueva. Sin saber realmente cómo, Juan
estuvo de pronto en medio de una hermosa ciudad escondida dentro de la montaña.
El
vaquero miró construcciones que brillaban como si estuvieran hechas de hielo.
La gente era alegre y disfrutaba de la lidia de toros.
El
hombre alto le entregó los animales, le dio de comer frutas exquisitas, y como
una forma de compensación le regaló unas mazorcas de maíz.
De
la misma forma extraña en la que había llegado, pronto estuvo en el páramo, con
los toros y las mazorcas.
Al
llegar a la hacienda todos se burlaron de él por lo que consideraban una
influencia del alcohol. Decepcionado, pero a la vez tranquilo por haberse
librado de la paliza, Juan fue a su casa y sacó las mazorcas. Para su sorpresa
eran de oro macizo.
Con
este tesoro, el vaquero se compró una hacienda propia y se alejó para siempre
del lugar donde le habían maltratado tanto.
Desde
entonces, los campesinos y los turistas tratan desesperadamente de buscar la
entrada a la ciudad del Chimborazo.
El maestro
universitario César Herrera Paula ha recopilado una serie de leyendas y
tradiciones de nuestra provincia. Una de ellas es la que contamos a
continuación.
En
San Gerardo, población del cantón Guano, muy cerca de la ciudad de Riobamba,
Juan trabajaba en un lugar muy distante del centro parroquial. Para llegar
debía atravesar un bosque; salía de su casa a las 8 de la mañana y retornaba a
las 8 de la noche.
Cierta
ocasión mientras volvía, creyó escuchar pasos. No dio importancia, pero más
allá escuchó una voz ronca que le dijo:
-
No mire atrás… únicamente dame tu cigarrillo.
Así
lo hizo y prosiguió su recorrido. Al día siguiente llevó una cajetilla y
la voz nuevamente se dejó escuchar.
De
reojo observó que se trataba de un hombre muy pequeñito, portaba un látigo en
su mano, y llevaba en su cabeza un sombrero muy grande.
Juan
se asustó y corrió desesperadamente. Al llegar a casa comentó lo sucedido y su
madre le aconsejó llevar siempre un crucifijo.
Así
lo hizo y al día siguiente, el hombrecillo no le pidió cigarrillos sino que
empezó a castigarle con el látigo.
Juan
sacó de su camisa el crucifijo y el enano se esfumó como por encanto.
Esta
aparición y otras similares hicieron entender que se trataba del Duende de San
Gerardo.
Costa
LA
VIUDA DEL TAMARINDO
GUAYAQUIL Era un tamarindo antiguo que
existía donde era la quinta Pareja. La quinta Pareja quedaba donde es ahora la
Clínica Guayaquil. Las calles exactamente creo que son: Tomás Martínez y
General Córdova, en esa área. En esa época era una finca. No era una quinta. Se
llamaba quinta y era un lugar abandonado y los tunantes, o sea las personas que
andaban tras del trago, iban solos, y en camino a casa, mira*ban una mujer
vestida de negro que parecía muy bella. En ese tiempo no había pues mayor
alumbrado. En*tonces el tunante, pues, éste que estaba, seguía ¿no? seguía,
perseguía a la viuda ésta, a la aparición ésta, y ésta lo llevaba siempre a un
tamarindo añoso lo llevaba allí. Cuando él iba pues, cuando él llegaba ya casi
al pie del tamarindo y luego se volteaba y la viuda había sido una calavera de
la muerte! Una calavera, de decir: itremenda! El tunante caía echando espuma
por la boca.
VICTOR EMILIO ESTRADA Y EL
PACTO CON EL DEMONIO
Dice la leyenda que Víctor Emilio Estrada (ex
presidente del Ecuador en 1911) era un hombre de fortuna, acaudalado y de
sapiencia, todo un caballero de fina estampa. Las personas de esa época decían
que el caballero había hecho un pacto con el Diablo, y que cuando muriera él
mismo vendría a su tumba a llevárselo. Víctor Emilio Estrada construyó una
tumba de cobre para que el Demonio no invadiera su descanso. Al morir fue
enterrado en su tumba de cobre, una de las más grandes del cementerio de
Guayaquil. El Demonio quiso llevarse su alma al infierno como habían pactado,
pero en vista de que no pudo éste lo maldijo y dejó varios demonios de custodios
fuera de su tumba para que lo vigilaran y no lo dejaran descansar en paz. Desde
ese día Víctor Emilio Estrada no descansa en paz y todas las noches sale a las
23 horas con su sombrero de copa y su traje de gala por la puerta uno del
famoso cementerio de Guayaquil, a conversar con las personas que se detienen a
coger el bus en la parada.
LA
DAMA TAPADA
Se dice que la Dama Tapada, es un ser de origen
desconocido que se aparecía en horas cercanas a la medianoche a las personas
que frecuentaban callejones no muy concurridos. Según las historias relatadas
por muchas personas acerca de estos acontecimientos, una extraña joven se les
aparecía, vistiendo un elegante vestido de la época, con sombrilla, pero algo
muy particular en ella era que llevaba su rostro tapado con un velo, el cual no
permitía que las víctimas la reconocieran. Al estar cerca de la Dama, se dice
que despedía a su entorno una fragancia agradable, y por ello, casi todos los
que la veían quedaban impactados al verla y estar cerca de ella. Hacía señales
para que la siguiesen y, en trance, las víctimas accedían a la causa pero ella
no permitía que se les acercara lo suficiente. Así, los alejaba del centro
urbano y en lugares remotos empezaba a detenerse. Posteriormente cuando las
víctimas se le acercaban a descubrirle el rostro un olor nauseabundo
contaminaba el ambiente, y al ver su rostro apreciaban un cadáver aún en
proceso de putrefacción, la cual tenía unos ojos que parecían destellantes
bolas de fuego. La mayoría de las víctimas morían, algunos por el susto y otros
por la pestilente fragancia que emanaba el espectro al transformarse. Muy pocos
sobrevivían y en la cultura popular los llamaban tunantes. Desde aquellos
acontecimientos, hay quienes dicen que posteriormente aun transita por los
callejones por las noches.
ATAUD AMBULANTE
Por las noches y en los ríos que se
juntan para formar elgran Guayas, frecuentemente se observa un ataúd flotando
en las oscuras aguas, con la tapa levantada y unagran vela en la cabecera que
ilumina los dos cadáveresque yacen en su interior. Ahí descansan los cuerpos de
la princesa Mina y su hijo.Mina fue hija del último de los caciques de los
daulis:Chauma. A sus espaldas, y en contra del parecer de supadre, ella se
enamoró de un español con quien se caso ensecreto. Su padre, al conocer la
noticia, se molestó muchoporque los españoles habían matado a sus antepasados y
despojado a su pueblo de sus tierras. Lleno de ira maldijoa su hija por casarse
con un enemigo y convertirse encristiana. La maldición de Chauma condenó al
espíritu de Mina a no tener descanso después de que se separara desu cuerpo.
Luego de unos días, Mina, abrumada por la melancolía quele provocó la huida de
su casa y al conocer la muerte de supadre cuando éste se disponía a asaltar la
ciudad de Guayaquil, falleció dando a luz a su primogénito que también nació
muerto. Su esposo dio cumplimiento al último deseo de la princesaque,
presintiendo un triste desenlace, pidió que al morirno la enterrase sino que,
colocada dentro de un ataúd, ladejase en el río con la tapa de la caja
levantada. Apenassu esposo abandonó el ataúd en el río, éste, en vez dehundirse
permaneció en la superficie y partió como unaflecha a la ribera más lejana.
Cuando llegó, se dirigió deinmediato hacia la otra orilla y así indefinidamente,
almismo tiempo que apareció una vela encendida en sucabecera para poder ver los
cadáveres.Desde entonces, ciertas noches, se observa el ataúd porlos ríos Daule
y Babahoyo. Muchos navegantes aseguran haber visto con claridad los dos cadáveres
y una nube demoscas que los rodea, sobre todo en la noche del 25 defebrero,
aniversario del deceso de la princesa, cuando porúnica vez el ataúd se queda
quieto en la superficie delagua ofreciendo a los curiosos la oportunidad
decontemplarlo.
Oriente
EL
TSÁCHILA QUE SE CONVIRTIO EN SOL
Cuentan los antiguos en Tásichla, Santo
Domingo, que hace muchos, muchos, muchos años, los abuelos de los abuelos
podían conversar con los pájaros, en el Cielo donde vivia un enorme tigre de
enorme boca, de ojos como los rayos, con garras poderosas y un pelaje
muy resplandeciente, pero vivía en la Obscuridad. Un día, el Tigre de la
Obscuridad andaba furioso y hambriento y de un solo bocado se comió el Sol
y en la Tierra cayeron las tinieblas
Los Tsáchilas (Santo Domingo) vivieron así, en esa
larga noche. Se tropezaban unos con otros y se la pasaban todos golpeados y
adoloridos, así que decidieron encerrarse en sus hogares y no salir.
No podían hacer nada que incluso la comida se escaseaba. Más de una
ocasión se escuchaban gritos desesperados de los que eran atacados por las
fieras de la selva.
La luna se hallaba confundida por la
desaparición del sol, tampoco salía y eso era más grave porque ya no se podia
enamorarse con su luz nocturna. Los pájaros morían y los ríos empezaron a
secarse porque confundida la lluvia sin la guía de los astros celestes, tampoco
caía.
Angustiados
los Tsáchilas decidieron hacer su propia luz e intentaron hacer
fogatas con ramas y alumbrarse con su fuego, pero fue inutil. Pero ellos,
los más débiles morían rapido. Mientras el Tigre de la Oscuridad con sus fauces
abiertas se acercaba cada vez más a los atemorizados Tsáchilas para
devorarlos uno a uno.
Sus pasos se escuchaban muy cerca de sus
casas. Viendo el desastre inminente a los
sabios ancianos se les ocurrió crear su propio sol. Los Chamanes (brujos) se
reunieron y pensaron en convertir a un joven Tsáchila en el poderoso
astro.
Así pasaron tres días tristes y sombríos. Al cuarto día su
sorpresa fue total, apenas si podían abrir los ojos, una luz incandescente los
quemaba y era casi imposible de resistir verlo. Ahí estaba el sol de nuevo,
reinando en lo más alto, alcanzando con sus rayos a todos los Tsáchilas.
Con todo su esplendor, ahí estaba de nuevo, pero no lograban soportarlo.
Recordaron los ancianos, que el joven tsachila tenía dos ojos
y que seguramente estaba alumbrando con los dos. Por lo que sería necesario que
alumbrara sólo con uno. Así que lanzando una gran piedra hacia el cielo y
lograron su objetivo, pudieron por fin volver a disfrutar de las bondades del
rey sol que ahora anda con un solo ojo.